About the Author
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Empresario, conferenciante y asesor, Anthony Robbins ha dado cursos de mejora personal en empresas como
IBM, ATT y American Express; instituciones gubernamentales estadounidenses y a equipos deportivos como los Dodgers de
Los ángeles. Es el autor de varios bestsellers, entre cuales destaca también Controle su destino. Sus obras han sido
traducidas a catorce idiomas.
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Excerpt. © Reprinted by permission. All rights reserved.
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LA MERCANCÍA DE LOS REYES
La gran finalidad de la vida no es el conocimiento, sino la acción.
THOMAS HENRY HUXLEY
Me hablaban de él desde hacía meses. Decían que era joven, sano, rico, feliz y próspero. Quise convencer me por mí
mismo. Le observé atentamente mientras salía de los estudios de la televisión y le seguí luego durante varias semanas,
para observarle mientras impartía consejos a todo el mundo, desde el presidente de un país hasta un paciente víctima de
una fobia. Le vi discutir con espetas en dietética y ejecutivos del ferrocarril, y trabajar con atletas y con
niños afectados por el fracaso escolar. Parecía increíblemente feliz con su mujer y enamorado de ella mientras ambos
viajaban por todo el país y luego emprendían la vuelta al mundo. Y cuando regresaron, tomaron el avión a San Diego para
pasar unos días con la familia en su casa, una mansión sita en las playas del océano Pacífico.
¿Cómo era posible que aquel muchacho de poco más de veinticinco años, sin más estudios que un bachillerato, hubiera
conseguido tantas cosas en tan poco tiempo? Al fin y al cabo, era el mismo individuo que sólo tres años atrás vivía en
un piso de soltero de unos cuarenta metros cuadrados, y se lavaba él mismo los platos en la bañera. ¿Cómo un desgraciado
con quince kilos de sobrepeso, escasas relaciones y perspectivas muy limitadas podía convertirse en una persona
equilibrada, llena de salud y bien relacionada, miembro influyente de su comunidad y pletórico de oportunidades de
éxito?
Parecía increíble, ¡y lo más asombroso de todo es que eseindividuo soy yo mismo! «Su» historia es la mía.
Desde luego, no estoy diciendo que el éxito sea lo único que me importa. Es evidente que todos albergamos sueños e ideas
diferentes acerca de lo que nos gustaría hacer de nuestras vidas. Además, tengo perfectamente claro que las personas a
quienes uno conoce, los lugares que uno frecuenta y las propiedades que uno posee no dan la verdadera medida del éxito
personal. Para mí, el éxito está en la continuidad del esfuerzo de quien aspira a más. Es la oportunidad de progresar
incesantemente en los aspectos emocional, social, espiritual, psicológico, intelectual y económico, al tiempo que uno
aporta algo a los demás en ala faceta positiva. El camino hacia el éxito está siempre en construcción. Es un proceso
permanente y no una meta que se deba alcanzar.
La moraleja de mi historia es sencilla. Mediante la icación de los principios que leerá usted en este libro pude
cambiar no sólo el concepto que tenía de mí mismo sino también los resultados obtenidos en la vida, y ello de manera
considerable y comprobable. El propósito de este libro es participarle a usted el quid de la diferencia que me permitió
cambiar mi suerte a mejor. Y espero sinceramente que las técnicas, las estrategias, las aptitudes y las técnicas
psicológicas que desarrollo en esta obra resulten tan eficaces para usted como lo han sido para mí. En nosotros mismos
está el poder para transformar nuestras vidas en la realización de nuestros mayores sueños: ¡ha llegado el momento de
desencadenarlo!
Cuando contemplo con qué ritmo he logrado convertir mis sueños en mi realidad actual, no puedo evitar una sensación de
inaudita emoción y gratitud. Y desde luego, estoy muy lejos de constituir un caso único. La realidad es que vivimos una
era en que muchas personas consiguen realizar cosas estupendasca si de la noche a la mañana, y alcanzar éxitos
inimaginables en épocas anteriores. Consideremos a Steve Jobs: un chico en pantalones vaqueros y sin un céntimo, que
tuvo la idea del ordenador doméstico y levantó una compañía, hoy situada entre las 500 principales de la revista
Fortune, con una celeridad nunca vista. Consideremos a Ted Turner: de un medio de comunicación que apenas existía, la
televisión por cable, hizo un imperio. Consideremos a personajes de la industria del espectáculo como Steven Spielberg o
Bruce Springsteen, a hombres de negocios como Lee Iacocca o Ross Perot. ¿Qué tienen en común todos ellos, salvo un éxito
asombroso y prodigioso? La respuesta, naturalmente, es ésta: poder.
La palabra «poder» es de las que suscitan emociones fuertes, y muy diversas por cierto. Para unos tiene una connotación
negativa; otros no anhelan sino el poder. Alos consideran que les mancharía, como cosa venal y sospechosa. Y usted,
¿cuánto poder desearía tener? ¿Qué medida de poder le parecería justo alcanzar o desarrollar? ¿Qué significa el poder
para usted, en realidad?
Yo no veo el poder como una manera de adueñarse de las personas. No creo que la imposición sea buena, ni le propongo a
usted que lo intente. El poder de esa especie rara vez es duradero. Le aconsejo que entienda, sin embargo, que el poder
es una constante de este mundo. O da usted forma a sus propias percepciones, o se encargarán de ello otras personas.
Para mí el poder definitivo consiste en ser capaz de crear los resultados que uno más desea, generando al mismo tiempo
valores que interesen a otros. Es la capad para cambiar la propia vida, dar forma a las propias percepciones y
conseguir que las cosas funcionen a favor y no en contra de uno mismo. El poder verdadero se comparte, no se impone. Es
la aptitud para definir las necesidades humanas y para satisfacerlas (tanto las propias como las de las personas que a
uno le importan). Es el don de gobernar el propio reino individual (los procesos del propio pensamiento y los actos de
la propia conducta) hasta obtener exactamente los resultados que uno desea.
A través de la historia, la capad de controlar nuestras vidas ha asumido muchas formas diferentes y contradictorias.
En las épocas más primitivas, el poder era una simple consecuencia de la fisiología: el más fuerte y el más rápido tenía
el poder para controlar su propia existencia, así como la de otros. A medida que se desarrolló la civilización, el poder
se hizo hereditario. El rey, rodeado de los símbolos de su realeza, mandaba con autoridad indiscutible; otros,
poniéndose a su servicio, podían participar de ese poder. Luego, en los primeros tiempos de la Era Industrial, el poder
iba asociado con el capital; los que tenían acceso al capital dominaban el proceso industrial. Todas esas cosas
conservan todavía cierta importancia: es mejor tener capital que no tenerlo; vale más tener fuerza física que no
tenerla. Sin embargo, hoy día una de las fuentes más importantes de poder es la que deriva del saber especializado.
Muchos de nosotros nos hemos enterado ya de que vivimos en la era de la información. Ya no estamos en una cultura
primordialmente industrial, sino en la de las comunicaciones. En la época actual, las nuevas ideas, los movimientos y
los conceptos nuevos cambian el mundo casi a diario, bien sean tan profundos como la física cuántica o tan vulgares como
la mejor manera de comercializar una hamburguesa. Si hay una característica que sirva para definir el mundo moderno, ésa
es el flujo masivo, casi inimaginable, de la información… y, por consiguiente, del cambio. La información nueva cae
sobre nosotrosa través de libros, películas, altavoces y microprocesadores electrónicos, como un ciclón de datos que
pueden verse, tocarse y oírse. En esta sociedad, los que poseen la información y los medios para comunicarla tienen lo
que solían tener los reyes: un poder ilimitado. Como ha escrito John Kenneth Galbraith: «El dinero fue el motor de la
sociedad industrial. Pero en la sociedad de la información, el propulsor, el poder, es el conocimiento. Hemos visto
emerger una nueva estructura de clases en donde la división se establece entre quienes tienen la información y quienes
se ven obligados a actuar dentro de la ignorancia. La nueva clase dominante extrae su poder, no del dinero, ni de la
propiedad de la tierra, sino de los conocimientos».
Lo excitante y lo que interesa observar es que, hoy, esa clave del poder está a disposición de todos nosotros. En los
tiempos medievales, si no se nacía rey resultaba muy difícil llegar a serlo. Al comienzo de la revolución industrial, si
no se poseía capital, las posibilidades de llegar a reunirlo eran desde luego muy escasas. Pero hoy, cualquier muchacho
con pantalones vaqueros puede crear una compañía capaz de cambiar el mundo. En la era moderna, la información es la
mercancía de los reyes. Los que tienen acceso a determinadas formas del conocimiento especializado pueden transformarse
a sí mismos y, por muchas maneras, influir en el mundo entero.
Lo cual nos ea una cuestión evidente. Cierto que en Estados Unidos el tipo de conocimiento especializado que se
necesita para cambiar la calidad de la propia vida está al alcance de todos, en cualquier librería, tienda de vídeo o
biblioteca. Puede uno obtenerlo mediante conferencias, cursos y seminarios. Y todos deseamos triunfar. La lista de los
libros más vendidos abunda en recetarios para el éxito: El Ejecutivo al Minuto,* En busca de la excelencia,
Megatendencias, Lo que no le enseñarán en la Harvard Business School…** Es una lista inacabable. La información está
ahí. Por tanto, ¿a qué se debe queunos obtengan resultados fabulosos, mientras otros se limitan a ir tirando? ¿Por qué
no somos todos poderosos, felices, sanos, ricos y prósperos?
El hecho es que, incluso en la era de la información, no basta sólo con estar informado. Si no se necesitase más que
ideas y una mentalidad positiva, entonces todos habríamos tenido un pony cuando niños y ahora estaríamos viviendo
nuestro sueño hecho realidad. Es la acción lo que da consistencia a todo éxito sobresaliente. La acción, y sólo ella,
produce resultados. El conocimiento no es más que poder en potencia, excepto cuando recae en manos de quien sabe cómo
conducirse a sí mismo para actuar con eficacia. O mejor dicho, la definición literal de poder es ésta: «capad para
actuar».
Lo que hacemos en la vida está determinado por la manera en que nos comunicamos con nosotros mismos. En el mundo
moderno, la calidad de vida es calidad de la comunicación. Lo que nos representamos y decimos a nosotros mismos, nuestra
manera de movernos y de utilizar los músculos de nuestro cuerpo y nuestras expresiones faciales, determinará en buena
medida la cantidad de nuestros conocimientos que iquemos.
Muchas veces caemos en la trampa mental de contemplar a los que tienen éxito y figurarnos que son así gracias a algún
don especial. Sin embargo, un examen más detenido nos demostraría que el don principal que tienen quienes destacan sobre
los demás —y lo que les diferencia de éstos— es su aptitud para ponerse en acción. Pero ese «don» puede desarrollarlo
cualquiera de nosotros. En fin de cuentas, otras personas poseían los mismos conocimientos que Steve Jobs; otros, además
de Ted Turner, habían previsto también que el cable encerraba unas posibilidades enormes. Pero Turner y Jobs supieron
lanzarse a la acción, y al hacerlo cambiaron nuestra manera de percibir el mundo.
Todos nosotros producimos dos formas de comunicación que configuran nuestras experiencias vitales. En primer lugar,
desarrollamos una comunicación interna, constituida por las cosas que nos representamos, decimos y sentimos en nuestro
fuero interno. En sedo lugar, experimentamos la comunicación externa: con el mundo exterior nos comunicamos por medio
de palabras, entonaciones, expresiones faciales, posturas corporales y acciones físicas. Cualquier comunicación de las
que realizamos es una acción, una causa puesta en movimiento. Y todas las comunicaciones ejercen algún tipo de efecto
sobre nosotros mismos y sobre los demás.
La comunicación es poder. Quienes han alcanzado el dominio eficaz de aquélla están en condiciones de modificar su propia
experiencia del mundo y la experiencia que el mundo saca de ellos. La totalidad de la conducta y de los sentimientos
tiene sus raíces en ala forma de comunicación. Quienes influyen en los pensamientos, sentimientos y acciones de la
mayoría de nosotros son aquellos que saben cómo utilizar esa herramienta de poder. Pensemos en las personas que han
cambiado nuestro mundo: John F. Kennedy, Thomas Jefferson, Martin Luther King, Franklin Delano Roosevelt, Winston
Churchill, Mahatma Gandhi; o, en una tesitura negativa, recordemos a Hitler. Lo que tuvieron en común esos hombres fue
su maestría de la comunicación. Fueron capaces de llevar su visión personal, bien se tratase de enviar un hombre a la
Luna o de levantar un Tercer Reich saturado de odio, y comunicarla a los demás con tal coherencia, que les permitió
influir sobre los pensamientos y las acciones de las masas. Con su poder de comunicación cambiaron el mundo.
Y en efecto, ¿no es esto mismo lo que distingue de los demás a un Steven Spielberg, a un Bruce Springsteen, a un Lee
Iacocca, a una Jane Fonda o a un Ronald Reagan? ¿No son maestros en el empleo de la herramienta de la comunicación
humana, la influencia? Pues lo mismo que esas personas saben mover a las masas por medio de la comunicación, esa
herramienta es la que utilizamos también para movernos a nosotros mismos.
El dominio que usted tenga de la comunicación hacia el mundo externo determinará su grado de éxito con los demás (en los
aspectos personal, emocional, social y económico). Pero, lo que es más importante, el grado de éxito que usted perciba
interiormente (la felicidad, la alegría, el éxtasis, el amor o cualquier otra cosa que usted desee) es el resultado
directo de cómo se comunica usted consigo mismo. Lo que uno percibe no es el resultado de lo que le ocurre en la vida,
sino de la interpretación que da a lo que le ocurre. La historia personal de quienes triunfan nos demuestra, una y otra
vez, que la calidad de la vida no está determinada por lo que nos ocurre, sino por lo que hacemos ante lo que nos
ocurre.
Usted es la única persona que puede decidir cómo quiere sentir y actuar, en función de cómo haya elegido percibir su
existencia. Nada tiene sentido, excepto el que nosotros mismos le demos. En muchos de nosotros, este proceso de
interpretación se ha convertido en un automatismo, pero siempre es posible redirigir ese poder y cambiar inmediatamente
nuestra experiencia del mundo.
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